De niños y adolescentes, criados en una familia cristiana, con mucha actividad dentro de la iglesia, creo que muchos sufrimos con una idea que nos atormentaba en la cabeza. “El propósito”.

“¿Cuál es mi propósito”?.
“¿Destinó Dios algo especial para mí?”
“¿Cuáles de las actividades dentro de la iglesia estoy destinado a realizar?”
“¿Seré un gran cantante y voy a impactar al mundo con mi alabanza?”
“¿Seré el próximo predicador que llene estadios con su cruzada?”.

Seamos honestos. Creo que nadie cree que su propósito es ser maestro de escuela dominical o ser el hábil albañil que todo lo resuelva en el templo. Muchos crecimos creyendo que el propósito tenía que ver con los sueños cumplidos, con las cosas grandes, con aquello en lo que éramos más diestros, en lo que podíamos destacar. Y así creciendo en realizar tareas creció también la frustración. Sí, porque muchos de esos sueños no se cumplieron y nos quedamos esperando en la banca, pateando piedras en la calle, algunos fuera de la iglesia. Ningún productor nos llamó, ningún equipo de fútbol nos contrató, ningún estadio se llenó. Nos quedamos ahí con ese dolorcito silencioso en el corazón. Frustrados, resentidos, confundidos, enojados. 

De niños y adolescentes pasamos a adultos. Con una bolsa de sueños no cumplidos cargando sobre los hombros. Del propósito de nuestras vidas ni hablar, si eso existió para alguien, a nosotros nunca se nos notificó. 

Me hubiese gustado tener a alguien que no me hable de cosas grandes. Que no me hable de sueños personales, ni de las mil tareas que podía realizar dentro del templo. Me hubiese gustado que alguien me diga lo que ahora se con todo mi cuerpo, con toda mi alma, con todo mi corazón, con toda la claridad de mi espíritu. Que mi único propósito es glorificar al padre. En todo circunstancia, con cualquier elemento. Solo eso, y maravillosamente eso...glorificar al padre. 

Parece tan sencillo pero cuando lo ves con los ojos de tu corazón de niño, sé que podrás entenderlo. 

Haz un segundo un ejercicio conmigo. Visualízate de bebé. Estirando los brazos para que tu papá o mamá pudieran tomarte. Estás ahí indefenso, pero sabes que ellos están ahí para ti, para protegerte, para levantarte, para hacerte alcanzar cosas que tú no puedes. Tú no puedes salir solo de tu cuna pero ellos si pueden sacarte y hacerte libre. 

Luego imagínate de niño. Haces manualidades para tus padres o abuelos. Te esfuerzas y pintas con todos los colores que tienes a la mano. No falta ninguno. Quieres agradarlos, hacerles saber que los amas y que quieres su amor de vuelta. Ellos son tus superhéroes y quieres disfrutarlos, y hacer todo lo posible por agradarlos y hacerlos sonreír. 

Así mismo visualízate hoy. Fuiste creado con un solo propósito. Agradar al padre. Darle alabanza, darle honra, para actuar en su nombre, reflejarlo a él. 

Agradar al padre en toda circunstancia. Sea en el día bueno o en el peor de tus días. En todo momento, en toda actividad, te toque dirigir la alabanza desde un escenario o limpiando los baños para alguien más en el templo. Agradarlo con un instrumento o sin el. Es decir agradarlo con el mismo corazón, no importa donde estés o lo que hagas. Para tu padre jamás vas a escatimar un color, vas a pintar con todos los colores de tu colección. 

Agradar al padre. Ahora no encuentro un propósito más hermoso para una persona. Porque cuando usas todo lo que tienes y eres para agradarlo a él, la vida cobra otro sentido. No hay espacio para pleitos, ni rivalidades, ni competencia, ni frustración, ni sentimientos de abandono. Agradando a él no existen mochilas de sueños incumplidos. Porque no hay un ego personal que alimentar. Sino que solo queda espacio para al absoluta rendición ante sus pies. Y la promesa de que no habrá en nuestro corazón ningún otro anhelo más que agradarlo a él en todo lo que hagamos, con todo lo que poseamos, en todo lugar al que acudamos, en público o en lo secreto. El mismo corazón rendido ante el. 

Vivir consciente de ese único propósito nos permite ver el mundo como él lo ve, con ojos llenos de amor. Amamos lo que él ama, deseamos lo que él desea, hacemos lo que él hace, hablamos y nos comportamos como él quisiera. Nos transformamos en su orgullo. Un padre orgulloso de un hijo que lo honra y lo agrada. 

Tú sueño no es tu propósito. Pero tu propósito 
Deber ser tu sueño. 

SOMOS UNO.