Conocí a un pastor, que tenía una manera muy particular de consolarnos o de bajarnos la pluma. Más lo segundo que lo primero.
En nuestro país se dice que una persona anda con la “pluma pará” cuando está de mal humor, es muy terca y en su enojo no escucha razones. La frase alude a los indios cuando salían a luchar, así que ya se imaginarán cómo es una persona a la que se le dice eso.Bueno, para hacer el cuento corto, éramos una iglesia bien particular. Por no decir rara. Todos diferentes, todos con gustos diferentes, con edades diferentes, con vidas muy muy distintas, con visiones políticas muy polarizadas, con gustos deportivos súper dispares y eso por nombrar solo algunas diferencias. Lo único que nos unía era el amor por la iglesia del señor y ese único factor común nos hizo tener un lazo de amistad gigante. Y aunque en todo lo demás diferíamos en un abismo, nos queríamos mucho como amigos y hermanos a pesar de todo.
Éramos poquitos así que más que una comunidad cristiana, hacíamos de una familia cristiana. Literal. Muchos habíamos perdido a nuestros padres, teníamos lejanía con nuestras familias, algunos tenían a sus familias en otras ciudades, etc. Así que sí, el pastor y la pastora hacían el rol de padres de verdad, y nosotros de hijos, en nuestra particular familia.
Como toda buena familia que se respete, peleábamos harto. Éramos bien cabros chicos. Nos agarrábamos de las mechas cada cierto tiempo. Por puras tonteras en realidad. En una de esas veces, peleamos en la peor fecha para una iglesia: en un evento de navidad, el día antes de navidad. Todo mal.
Honestamente ni recuerdo porque fue. Pero si recuerdo la presión de sacar adelante el evento con nuestro enojo, porque nadie se hablaba con nadie y además como guinda del pastel se nos ocurrió poner el escenario en la mitad de calle donde se estaban poniendo los “coleros” de la feria navideña, entonces, no hubo ni un convertido pero si una torre de garabatos, toda la noche. Así que la noche no fue muy “holly night”.
¿Qué pasó después?. Lo lógico. Todos nos queríamos ir de la iglesia. Obvio, si así somos los cristianos. Nos vamos altiro, ¿o me va a decir que no?.
Pasaron las fiestas, y el pastor nos cita a todos en la iglesia, pero por separado. Todos, creo, íbamos con el discurso de despedida aprendido y no en el mejor de los tonos. Si estábamos todos con la pluma pará, recordemos ese detalle.
El pastor nos entrevista uno por uno, y lo peor es que no decía nada. Se sentó ahí en su silla, juntó las manitos y se puso a escuchar los reclamos de varios adultos estilo Peter pan. Yo recuerdo sentir mucha rabia, La pluma estaba ahí, tiesa en la cabeza del indio y la lengua en olimpiadas de tanto argumentar. Y de pronto, en todo ese huracán de sensaciones recuerdo sentir su mano en mi cuello y un leve masajito de hombros que fue acompañado de una gran y firme reprimenda. Terminamos llorando. Todos.
¿Qué pasó después?. Lo lógico. Todos nos queríamos ir de la iglesia. Obvio, si así somos los cristianos. Nos vamos altiro, ¿o me va a decir que no?.
Pasaron las fiestas, y el pastor nos cita a todos en la iglesia, pero por separado. Todos, creo, íbamos con el discurso de despedida aprendido y no en el mejor de los tonos. Si estábamos todos con la pluma pará, recordemos ese detalle.
El pastor nos entrevista uno por uno, y lo peor es que no decía nada. Se sentó ahí en su silla, juntó las manitos y se puso a escuchar los reclamos de varios adultos estilo Peter pan. Yo recuerdo sentir mucha rabia, La pluma estaba ahí, tiesa en la cabeza del indio y la lengua en olimpiadas de tanto argumentar. Y de pronto, en todo ese huracán de sensaciones recuerdo sentir su mano en mi cuello y un leve masajito de hombros que fue acompañado de una gran y firme reprimenda. Terminamos llorando. Todos.
No por la reprimenda, de hecho ni recuerdo textual todo lo que me dijo. Pero ese masaje de cuello y hombros me confrontó. Nos hizo sentir una mezcla de vergüenza por ser tan tontos e inmaduros y de amor porque al mismo tiempo estábamos siendo contenidos, abrazados y comprendidos.
Fin de la historia. Todos amigos otra vez, avergonzados por haber peleado así, como niños mimados. Cuando nos juntó a todos, nos llevamos eso si una reprimenda de aquellas. Ahí supimos lo que era “bajarse del poni”, (si nos lees de otro lugar, bajarse del poni significa deponer tu actitud contraproducente, por decirlo lindo). Todos nos bajamos del poni y se nos bajó la pluma. Nos cantó clarito quien era el pastor y quien tomaba las decisiones. Era como recibir el reto de papá al recibir las calificaciones. Habíamos reprobado ese examen. Mala nota.
Pero lo bueno es que ese mismo masajito nos confrontó de tal forma que sabíamos que no podíamos volver a hacer lo mismo. Ninguno de nosotros. Así que lejos de sentirnos mal por la reprimenda hicimos todo lo posible por mejorar y amarnos aún más.
Cada vez que volvíamos a tener diferencias entre nosotros y con los demás, el pastor nos daba ese masajito de hombros. No solo para educarnos sino que también para premiarnos y decirnos que nos amaba. A veces no hacían falta ni las palabras y solo con ese gesto sabíamos lo que él nos quería decir.
El pastor ya partió a los brazos del señor. Partió joven. Inesperadamente.
Hoy cada uno está en diferentes etapas de la vida y en diferentes lugares, pero nos seguimos amando como hermanos. Y cada vez qué hay algo mal en mi vida o me desmotivo por cualquier cosa me acuerdo de ese gesto y siento al Espíritu Santo hacer lo mismo que hacía mi pastor. Siento al Espíritu Santo que me corrige con amor y con firmeza. Me alienta con amor y con desafíos, me cuida con amor y con disciplina.
Te invito a que sientas ese mismo espíritu dándote un pequeño masajito en los hombros, escúchalo, sus susurros están cerca de tu corazón para guiarte, para hacerte crecer. Tienes un padre en nuestro padre, y nos tienes a todos nosotros como tus hermanos. Porque eso somos...
SOMOS UNO.
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