Cuando vives pendiente del pecado de los demás, es imposible que puedas vivir un evangelio saludable. Es imposible que puedas ser feliz.


No se trata de ser laxos y de hacer la vista gorda ante el pecado. Se trata de dejar en manos de Dios y de tus pastores lo que concierne a las decisiones y a su buen juicio, la guía de nuestros hermanos que pueden haber caído en faltas. Nuestros pastores no están ahí por nada, su criterio amoroso es la mejor decisión que se puede tomar. No estés ansioso esperando el momento para decir justo lo que tienes en la boca, lo que has estado dejando crecer en tu corazón, porque cuando estamos llenos de ira y la dejamos fluir, no dimensionamos lo que eso podría provocar no solo en la persona que tienes en mente, sino que afectarás a todo alrededor. Por eso debemos tener cuidado de lo que abunda en nuestro corazón, porque podrían ser palabras de amor o de completa amargura y no está bien herir a otros con tu justicia. Nuestros hermanos no son presas de cacería.

Vivimos en la era del ajusticiamiento en redes sociales y muchas veces ese comportamiento lo que queremos llevar a la iglesia. Queremos ajusticiar al que antes abrazamos como un hermano, con el que compartimos la mesa, nuestros cumpleaños y nos fotografiamos. Incluso podría ser a aquel que antes nos enseñó esas pequeñas cosas de la vida. Nuestros primeros acordes en guitarra, las primeras lecciones de biblia, las primeras recetas con la que nos chupamos el dedo, las primeras tácticas en un partido de fútbol.

En nuestra ira queremos exponer su vergüenza. Todos nosotros en algún momento hemos caído en eso, y no está bien.

El mundo tiene deleite en insultar a través de un perfil en redes sociales, y a veces también se tiene gozo en exponer la vergüenza de otro en nuestras comunidades cristianas. Y eso también es un insulto, es una agresión muy cobarde y muy triste.

Puede que no te parezca así, pero la persona que se equivoca también está sufriendo. Puede que esa persona aparente todo lo contrario, pero créeme, el Espíritu Santo está trabajando, está redarguyendo. El Espíritu Santo viene sutil, se siente como una pequeña molestia en el alma, en ese pensamiento de error que intentamos callar con nuestros argumentos, nos auto validamos tener razón, pero el Espíritu Santo nos hace un pequeño masaje en los hombros y nos susurra sutilmente, “tal vez no tengas razón…”, “¿estás seguro?”, “¿es esto realmente lo que quieres?”, “¿es esto lo que te hará feliz?”, “¿no sientes que te excediste al decir eso o al hacer esto otro?”…. Y tantas otras frases que hemos sentido en nuestro interior. A todos nos ha pasado.

Redargüir significa simplemente contraargumentar. Y es eso lo que hace el Espíritu Santo, viene con amor para hacerte saber que algo no estuvo bien y ese pequeño sentimiento será como una piedra en el zapato, que te molestará todo el día, y día tras día, hasta que por fin caigas rendido en la paz del amor de nuestro padre. Porque cuando reconocemos, eso malo que hicimos, nos duele y ese dolor nos hace cambiar, porque cuando amamos no queremos hacer mal sino bien, hacer sentir bien a los demás, a nosotros mismos y sobre todo a nuestro padre, que ve con orgullo cuando crecemos en nuestras debilidades.

“Cada vez él me dijo: «Mi gracia es todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad». Así que ahora me alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a través de mí.”

2 Corintios 12:9 NTV
https://bible.com/bible/127/2co.12.9.NTV

Entonces, cuando alguien comete un error tú jamás podrás dimensionar lo que esa persona está sintiendo, puede que esté atravesando su sendero de orgullo y autocomplacencia, pero más temprano que tarde el Espíritu Santo vendrá con ese masajito sobre los hombros.

Hay personas que sufren mucho por sus acciones y no te necesitan a ti para enrostrarles más dolor. Necesitan tu oración, tu silencio, tu abrazo, tu compañía o tu ejemplo de superación pero sin decirlo, sin jactarte, sin poner el reflector sobre ti, sino que obrando en amor. El amor no se dice, se demuestra. Porque lo que tú has perdonado y superado, a ti también te han perdonado. No seas soberbio para olvidar cuanto también te ha perdonado nuestro padre y los demás. Ninguno de nosotros quiere protagonizar la parábola del deudor que no perdona ¿verdad?.

recordémosla un poco:

“Luego Pedro se le acercó y preguntó: —Señor, ¿Cuántas veces debo perdonar a alguien que peca contra mí? ¿Siete veces? —No siete veces —respondió Jesús—, sino setenta veces siete. »Por lo tanto, el reino del cielo se puede comparar a un rey que decidió poner al día las cuentas con los siervos que le habían pedido prestado dinero. En el proceso, le trajeron a uno de sus deudores que le debía millones de monedas de plata. No podía pagar, así que su amo ordenó que lo vendieran —junto con su esposa, sus hijos y todo lo que poseía— para pagar la deuda. »El hombre cayó de rodillas ante su amo y le suplicó: “Por favor, tenme paciencia y te lo pagaré todo”. Entonces el amo sintió mucha lástima por él, y lo liberó y le perdonó la deuda. »Pero cuando el hombre salió de la presencia del rey, fue a buscar a un compañero, también siervo, que le debía unos pocos miles de monedas de plata. Lo tomó del cuello y le exigió que le pagara de inmediato. »El compañero cayó de rodillas ante él y le rogó que le diera un poco más de tiempo. “Ten paciencia conmigo, y yo te pagaré”, le suplicó. Pero el acreedor no estaba dispuesto a esperar. Hizo arrestar al hombre y lo puso en prisión hasta que pagara toda la deuda. »Cuando algunos de los otros siervos vieron eso, se disgustaron mucho. Fueron ante el rey y le contaron todo lo que había sucedido. Entonces el rey llamó al hombre al que había perdonado y le dijo: “¡Siervo malvado! Te perdoné esa tremenda deuda porque me lo rogaste. ¿No deberías haber tenido compasión de tu compañero así como yo tuve compasión de ti?”. Entonces el rey, enojado, envió al hombre a la prisión para que lo torturaran hasta que pagara toda la deuda. »Eso es lo que les hará mi Padre celestial a ustedes si se niegan a perdonar de corazón a sus hermanos.”

Mateo 18:21-35 NTV
https://bible.com/bible/127/mat.18.21-35.NTV

No queremos eso…que triste recibir tanto amor y no darlo. Recibir amor es recibir perdón y mucho perdón. Hay tanto que no merecemos y el señor olvidó por amor a nosotros. Si fuiste perdonado, ¿por qué no perdonar a los demás?.

Los demás son nuestros hermanos. Compañeros de la misma batalla. No siempre lo hicieron todo mal. No siempre lo hicimos todo bien.

Recibir perdón y luego querer que todos se comporten según nuestros parámetros no está bien. Querer que todos abandonen inmediatamente sus pecados cuando nosotros todavía luchamos con cosas que nos avergüenzan no está bien.

“Por el contrario, sean amables unos con otros, sean de buen corazón, y perdónense unos a otros, tal como Dios los ha perdonado a ustedes por medio de Cristo.”

Efesios 4:32 NTV
https://bible.com/bible/127/eph.4.32.NTV

¿Cuántas veces debemos perdonar?

“Luego Pedro se le acercó y preguntó: —Señor, ¿cuántas veces debo perdonar a alguien que peca contra mí? ¿Siete veces? —No siete veces —respondió Jesús—, sino setenta veces siete.”

Mateo 18:21-22 NTV
https://bible.com/bible/127/mat.18.21-22.NTV


“Sean comprensivos con las faltas de los demás y perdonen a todo el que los ofenda. Recuerden que el Señor los perdonó a ustedes, así que ustedes deben perdonar a otros.”

Colosenses 3:13 NTV
https://bible.com/bible/127/col.3.13.NTV

Amemos, perdonemos, no olvidemos cuanto también nos han perdonado.

SOMOS UNO.