Seguramente recuerdas el relato de Hechos 3, cuando Pedro y Juan sanan a un hombre lisiado fuera del templo. En este relato hay hermosos principios de podríamos rescatar en un montón de páginas. Pero hay algo en particular que quisiéramos compartir contigo. Un principio de humildad en el servicio. Por favor abre tu biblia y lee todo el capítulo 3 de Hechos, y luego Encontremonos en los siguientes versículos:
La gente se había quedado asombrada con el milagro que habían realizado Pedro y Juan con el hombre lisiado. Nos emociona la madurez de los apóstoles con la pregunta que plantean en él versículo 12 “¿qué hay de sorprendente en esto?”, y también en la declaración del versículo 16 “por la fe en el nombre de Jesús este hombre fue sanado”, porque habla del despojo de su propia gloria humana que tantas veces nos consume, para proclamar la verdadera gloria que le pertenece sólo al Padre. Muchas veces como humanos queremos y necesitamos por diferentes razones ser reconocidos, escuchados, y distinguidos de entre los demás. Esa actitud de sobresalir podría ser explicada por carencias afectivas, sociales o académicas, y queremos ocultar nuestro sentimiento de inferioridad con demostraciones públicas de nuestro propio “poder”. No pasa mucho tiempo en ese camino hasta que la presencia de este mismo Jesús descrito con pasión por los apóstoles nos sana, nos toca y nos confronta. Estos 4 versículos nos dan una clase magistral de nuestro rol al cuerpo de Cristo y a la humanidad sin él: somos siervos nada más, pescadores de hombres, un nexo por gracia entre los hombres y la cruz. No podemos llevar a la gente hacia nosotros, no podemos.
En nuestro rol de pescadores de personas, llevamos a la gente hacia Cristo, el autor de la vida. Nosotros no podemos dar vida, y no podemos sanar en nuestro nombre. Lo que podemos hacer es mostrar un reflejo de su gloria, de la vida que él ha impartido en nosotros, y podemos proclamar el único nombre que importa: el nombre de Cristo. Las heridas de la humanidad solo pueden ser resueltas bajo obra redentora de la cruz.
Pedro hace 2 preguntas en el versículo 12. Les pregunta porque se les quedan viendo como si ellos hubiesen hecho el milagro y porque se sorprenden. Esta pregunta, parecer ser más una declaración que una pregunta. Es un embajador representando a su reino. No hay gloria que robar, no hay un ápice de autorepresentación en esta frase. Toda gloria le pertenece al señor.
Portamos poder, es cierto. Dios no ha dotado de diferentes habilidades sociales, como el carisma por ejemplo. Incluso en nuestra carrera espiritual vamos adquiriendo herramientas que mejoran nuestra relación con Dios, con nuestros hermanos y con las personas fuera de la iglesia en nuestro entorno, pero aunque portemos poder, no podemos olvidar que ese poder no es nuestro poder. Este mismo Pedro que en el versículo 12 habla tan maduramente sobre la gloria de Cristo, fue el mismo Pedro que en Juan 18:10 cortó la oreja del soldado. Un mismo Pedro, dos actitudes diferentes. Esto nos muestra el proceso de Dios en nuestras vidas y que la madurez es algo que se alcanza, algo que se trabaja, a través de la experiencia profunda con el espíritu santo, el conocimiento apasionado de Cristo y la disciplina natural.
Simplemente no podemos pretender llevar a las personas hacia nosotros, sino que llevamos a la gente hacia Cristo, y es nuestra fe en el nombre de Jesús, la que podrá manifestar el milagro de la salvación a otros.
El servicio que prestamos en nuestras congregaciones debe tener las motivaciones correctas, debe ser el producto de una vida rendida en agradecimiento por lo que él ha hecho en nosotros. Es su nombre, no nuestro nombre, es su poder no nuestro poder, es su salvación no nuestra. No equivoquemos el camino al pretender querer mostrarnos más que los demás sólo porque si. Nunca olvides que la sabiduría será medida por la calidad de tus palabras y de tus actitudes con los demás. No dejemos que crezca en nosotros esa semilla autodestructiva de nuestro propio ego.
Guardemos en nuestro corazón la enseñanza de los apóstoles, que experimentaron la gloria de Cristo que hoy nos habita. Que Dios te bendiga.
SOMOS UNO.
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